La turbulencia en los mercados de Reino Unido

Hace exactamente tres semanas, el viernes 23 de septiembre,
el gobierno de Reino Unido anunció un plan de crecimiento, también conocido como “mini presupuesto”, que contemplaba principalmente reducciones de impuestos.
Las
principales medidas contenidas en el plan eran una reducción del tipo mínimo en el impuesto a la renta (del 20% al 19%), una caída en la tasa máxima del mismo tributo (de 45% a 40%) y el mantenimiento del impuesto a las empresas en 19%, dado que en abril de 2023 debería subir a 25%. Esta última medida había sido establecida en 2021 y afectaba a las empresas grandes, pero no había entrado en vigencia aún. Estos cambios le costarían al erario alrededor de 45 mil millones de libras.
Además de lo anterior, el gobierno ya había anunciado un
congelamiento en lo que pagan los hogares por energía. Esto costaría 100 mil millones de libras de acuerdo al gobierno (mucho más según otras estimaciones).
En términos más sencillos, Chile está gastando más afuera de lo que ingresa. También podemos ver este déficit como el reflejo de una baja tasa de ahorro nacional respecto de los niveles de inversión local, lo que es suplido con ahorro de otros países.
La reacción de los mercados fue durísima. Ese mismo viernes las tasas de los bonos de gobierno a 30 años comenzaron a escalar rápidamente. De estar en menos de 4% llegaron a ubicarse sobre 5%. Además, el lunes siguiente la libra alcanzó su mínimo histórico frente al dólar, lo que repercutiría directamente en mayores precios de todos los bienes que el país importa (energía, entre ellos).
El problema principal vino gatillado por los fondos de pensiones, que están expuestos a variaciones en los tipos de interés. En términos muy sencillos, los bajos rendimientos de los bonos de gobierno los han llevado a comprar instrumentos más riesgosos. Para cubrir riesgos de descalce entre sus activos y pasivos (los pagos de pensiones), han utilizado derivados. Dado que las tasas subieron abruptamente, les correspondía hacer pagos a sus contrapartes, lo que los obligó a vender activos, entre ellos bonos del gobierno británico. Esto agudizó la tormenta en el mercado de bonos, generando una espiral negativa donde las ventas de bonos gubernamentales exacerbaban las caídas de sus precios y obligaban a liquidar más bonos todavía. Existía así una amenaza al sistema financiero, que no estaba preparado para una subida de tipos tan abrupta.
Lo anterior obligó al Banco de Inglaterra a actuar. Anunció la compra de bonos durante un período de trece días, que podría llegar hasta los 65 mil millones de libras (hasta el 14/10, eso sí, no se había llegado ni a un tercio de esa cifra).
El objetivo era controlar las tasas de los bonos de largo plazo. Así, el Banco se vio obligado a dar un giro completo en sus planes de vender bonos del gobierno como parte de su estrategia de política monetaria más contractiva para combatir la inflación en Reino Unido, que se ubica casi en el 10% interanual.
La pregunta que surge de inmediato es por qué el mercado reaccionaría mal ante un plan que rebaja impuestos, especialmente considerando que muchos piensan que esto es precisamente lo que los inversores quieren. Lo cierto es que
los mercados no entraron en pánico por la rebaja de impuestos en sí misma, sino por el hoyo fiscal que el nuevo gobierno inglés pretendía dejar tras de sí con sus planes de recaudación y gasto. En otras palabras, el problema estuvo en anunciar una rebaja de impuestos financiada con deuda.
Hoy, viernes 14 de octubre, nos enteramos de que
el gobierno dará marcha atrás. Los impuestos corporativos efectivamente subirán de acuerdo a lo planificado en abril próximo. En cuanto a impuestos a la renta, ya había sido anunciado que la tasa marginal máxima de 45% se mantendría (es lo que políticamente había generado mayor ruido). Otros aspectos del plan siguen en pie, al menos por ahora, pero su impacto sobre las finanzas públicas será relativamente menor. El Ministro de Finanzas, además, dejó su cargo.
En resumen,
las reducciones de impuestos no pueden hacerse sin considerar la estabilidad fiscal. Lo mismo se puede decir de los planes de gasto gubernamental: deben estar financiados. El gobierno de Reino Unido cometió un grave error al presentar un plan que disminuía los ingresos del gobierno sin la correspondiente disminución en gastos, poniendo todo el peso sobre la deuda pública. Los mercados evaluaron que esa deuda se volvía entonces más riesgosa y decidieron exigir más por tenerla en la forma de bonos. Algo similar ocurrió con la moneda, que se depreció rápidamente.
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