La política monetaria hace referencia a las acciones que toma un banco central para controlar variables como la oferta de dinero y las tasas de interés. Es importante porque tiene un impacto directo sobre el estado de una economía y el bienestar de las personas. Por medio de sus instrumentos, un banco central puede afectar la actividad económica y crecimiento de un país. Por ejemplo, si un banco central recorta las tasas de corto plazo, incentiva la colocación de créditos y el gasto, fomentando la inversión y el crecimiento económico, pero incurriendo al mismo tiempo en riesgos inflacionarios y cambiarios.
Uno de los principales objetivos de la política monetaria es mantener la inflación en niveles sanos (positivos pero bajos), debido al efecto que tiene sobre el poder adquisitivo de las personas, impactando su capacidad de cubrir necesidades básicas de consumo. Los efectos negativos de una inflación alta es justamente lo que hemos visto en el último tiempo: el poder adquisitivo de los trabajadores, medido por medio de los salarios reales, llegó en noviembre de 2022 a los mismos niveles de noviembre de 2018. Es decir, a pesar de que los salarios han aumentado, la inflación ha corroído el poder adquisitivo al punto de equipararlos con los que teníamos exactamente hace 4 años. Además, una alta inflación añade incertidumbre e inestabilidad en la economía, haciendo más difícil que las empresas desarrollen planes de negocio e inversión.
Es importante notar que un banco central cuya política no sea independiente genera riesgos adicionales, lo que explica que en las últimas décadas se les haya otorgado independencia en muchos países. Cuando no hay independencia, un banco central tiene mayores probabilidades de tomar en cuenta aspectos políticos en sus decisiones, como por ejemplo el ciclo electoral. Un caso de estudio en estos tiempos es Turquía, cuyo banco central, a pesar de tener altísimos niveles de inflación, continúa disminuyendo su tasa de política para privilegiar el crecimiento económico y no perjudicar la aprobación del gobierno, que abiertamente presiona a las autoridades monetarias.
En nuestro país, el Banco Central de Chile (BCCh) decidió ayer jueves (26/1) mantener la Tasa de Política Monetaria (TPM) en 11,25%, dejándola sin cambios en terreno claramente restrictivo. Evidentemente se está ponderando la consecución del objetivo de anclar las expectativas de inflación en 3% por sobre el riesgo de enfriar la economía de sobremanera (riesgo que, en todo caso, el BCCh podría estimar como bajo, aunque lo dudo). Un banco central sin independencia probablemente tendría problemas para seguir un curso de acción tan decidido en la lucha contra la inflación. La TPM en Chile ha subido alrededor de 7 puntos porcentuales desde enero 2022, llegando al 11,25% de hoy. Más allá de si este crecimiento ha sido adecuado, me parece claro que al menos sí ha contribuido notablemente a mantener la credibilidad de la institución y de su meta de inflación, lo que de por sí contribuye a controlar las alzas en el nivel de precios.
La gran lección de esto, en mi opinión, es que debemos valorar y proteger la autonomía de nuestro banco central, manteniéndolo alejado lo más posible de presiones que busquen que actúe en beneficio de los intereses políticos de un determinado grupo. De hecho, creo que es una excelente noticia que el proceso constituyente que comienza en marzo garantice la autonomía del Banco Central de Chile. Esto ayudará a que la institución se concentre en lo que le compete hoy: controlar la inflación, velar por la estabilidad de la moneda y el normal funcionamiento de los pagos internos y externos.
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